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lunes, 19 de septiembre de 2022

LA CASA RURAL

Estamos en el río Tus y en el balneario, y en la piscina del balneario para que ellos se lo pasen bien, los niños. Los niños se lo pasan bien en el agua y los mayores nos lo pasamos bien contemplando el paisaje. El paisaje de altas montañas y laderas preñadas de árboles, estorninos, cuervos y hasta águilas; solo hay una pega ¡el calor! El calor es bochornoso, ni en la sombra se puede estar por eso se bañan en el río. En el río, en la piscina del balneario y al llegar a la casa rural se vuelven a meter en la piscina de esta casa Solariega. La casa Solariega, está en una aldea rodeada de montaña y de ríos, tiene piscina, huerto, y animales de granja, donde los niños están en contacto con la naturaleza. La naturaleza está en todas partes, los mosquitos por la noche son naturaleza, y las arañas y el ¡calor! El calor es lo mas natural en verano, se sofoca tomando mucha agua y a mediodía se está fresco en la casa. El caso es que la casa nos gustó cuando la vimos en internet, lo consultamos todos: adultos y niños y la hemos alquilado para pasar los quince últimos días de Julio, somos tres parejas, con tres niñas y un niño, entre nueve y dos años el peque, total diez personas. Hay pocas personas en la aldea, unas cuatro o cinco todas ancianas, son hermanos o primos, la mayoría están sordos, ciegos y solos. Solas y solos, porque los hijos no viven aquí, vienen de vez en cuando a ver a los viejos, charlan un rato y se van, son varios hermanos y primos y son dueños de la aldea. En realidad los dueños de la aldea son los ancianos, y lo serán hasta que se mueran y los hijos lo hereden todo. Pero los hijos no están y no son los que cuidan de este lugar. Este lugar lo cuidan tres personas, un matrimonio y una hija. La hija solterona y poco agraciada, lleva siempre pantalón ancho, zapatillas de esparto y sombrero de paja, de lejos parece un hombre, y de cerca es una mujer joven prematuramente arrugada y quemada por el sol, ella conduce la furgoneta, acarrea ropas de cama, piensos, utensilios y todo lo necesario para la casa. El padre no cuida la casa, él se ocupa de la huerta y de los animales, a veces se lleva a los chiquillos y les enseña las gallinas. Las gallinas son negras y coloradas, cacarean y te miran con ojos inquietos y pequeños. El hombre tiene una mirada torva, que ha heredado la hija, mirada de hastío, de sumisión y esclavitud. "Nosotros no estamos de veraneo, nosotros trabajamos como mulas, desde las seis de la mañana hasta las doce de la noche" Eso nos dicen. Es verdad, se les nota el agotamiento: arrastran los pies, llevan años arrastrando su miseria, ellos no tienen casas, ni tierras, ni ganado, ellos tienen muchas horas de sol a cuestas y una mirada torva. La que más trabaja es la mujer, limpia las casas, lava las ropas de las camas, cuida de los ancianos, son cuatro y cada uno vive en su casa, con sus cosas, ella les hace la comida, les da sus medicinas, los ayuda a levantarse, los acuesta por la noche, los saca a la placita de la aldea para que vean a los veraneantes, a los chiquillos, que juegan, corren, se bañan. Nos ha contado Silvana, que así se llama la mujer que antes eran más ancianos, que se han ido muriendo, salimos al fresco con Silvana, a la placita que forma la aldea, nuestros maridos están con los niños en la piscina, las cuatro sentadas bajo los olmos, junto al antiguo lavadero: el frescor y el sonido del agua al correr entre las rocas nos da paz. Silvana dice que no son dueños de nada pero lo cuidan todo como si fuera suyo, que hacen un vino afrutado que tiene un sabor dulce y amargo, que da mucho vigor, nos pregunta si queremos probarlo; nostras se lo agradecemos y queremos probarlo. De una casa de los ancianos saca una bandeja con una botella de cristal verdoso de cuello estrecho, y cuatro vasitos a juego, servilletas blancas con puntilla y pastas caseras. Silvana nos dice que todos los días les da un vasito de vino a los ancianos, que les gusta mucho. Nos cuenta que tiene un hijo que no vive aquí, que es bedel en el palacio de justicia en Madrid, que estudia para abogado por las noches, que le ha traído su hijo Agustín unos papeles para que los firmen los viejos, y ella los pone un poco piripis con el vino y firman. Que llevan toda la vida trabajando y aguantando, que son esclavos del trabajo, que ya no van a trabajar tanto, que su Agustín lo está arreglando todo; que no van a hacer un Spá como quieren los herederos, ni casitas de madera, que no quieren quitar la huerta para poner un aparcamiento, que ellos harán vino dulce y amargo y lo venderán, que los ancianos se irán muriendo como se han muerto los otros, los tres maridos y la mujer, que la muerte les llega durmiendo, que no sienten nada, que ella no quiere que sufran, que los quiere como si fueran sus padres. Para el invierno seguro habrán muerto. Que ellos seguirán alquilando la casa Solariega. Que somos muy simpáticas y tenemos su casa y su aldea abierta para volver. Los niños y sus padres no están en la piscina, aparecen en la plaza con las manos ensagrentadas, acaban de participar en la caza y degüello de dos pollos y dos conejos, para la cena; el padre y la hija los están despellejando, dicen que los niños tiene que aprenden lo que es la naturaleza y lo que se hace para comer. Nosotras tres, hemos derramado el vino dulce y amargo con disimulo detrás de un rosal.

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