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lunes, 28 de abril de 2008

UNA AMIGA

UNA AMIGA

De ella lo supe todo solo con ver su desaliño, la falda descosida por el bajo, carreras en las medias, el rimel corrido acentuaba más sus ojeras. Colgada como estaba del asidero del autobús, se balanceaba, como un cuerpo sin vida pendiendo de un árbol ¿Me quería? Creo que si, por lo menos mientras fuimos pequeñas. Fue criada entre algodones, tenía todo el futuro asegurado, estudiaría una carrera, se casaría con un hombre con posibles, como ella. ¿Y yo la quería? Yo la envidiaba. No había diferencia entre sus libretas y las mías, buenas notas en matemáticas, buena caligrafía. Las letras que inventábamos para los títulos de los dictados y las redacciones eran puro diseño, como se diría ahora. Mis redacciones tenían mejores notas que las suyas yo dominaba más vocabulario, tal vez por vivir y jugar en la calle. Ella no salía a jugar, su madre se lo tenía prohibido por si se accidentaba o se contagiaba de alguna enfermedad de los niños pobres. Yo siempre iba a su casa. Por eso creía que me había enamorado de su hermano. Era muy tímido y muy inteligente, hacía los deberes con nosotras. Un día me preguntó ¿Vas a seguir estudiando? No, le contesté, en mi casa hace falta el dinero. Sabía que me había sentenciado yo misma a perder su amistad. Mi familia era de clase baja y padres trabajadores, mal partido para lo que sus padres habían preparado para él. Y para mí un amor imposible. Me conformé con el tiempo, porque me decía que el enamoramiento de la primera vez no es amor, es ilusión, y ya se sabe que una ilusión es una mala pasada que nos juegan los sentidos, era un espejismo.
Eran las siete de la mañana ¿Qué hacía en ese autobús, iría a trabajar? Yo si iba a trabajar, tenía guardia ese domingo en el hospital. El domingo era un día feliz para nosotras, algún que otro domingo nos dejaban ir juntas al cine del barrio, estaba muy cerca de nuestra casa, pero con una condición le decía su madre, no comas pipas ni chicles, porque te puedes atragantar. Ella la obedecía, pero yo la tentaba como un demonio, y un día comió y se atragantó y lo pasé fatal sintiéndome culpable toda la tarde. Nos unían algunas coincidencias, las dos nacimos en domingo, sin comadrona, cuando quiso venir ya habíamos nacido, ella en el tercer piso y yo en el quinto.
Llegué al hospital puntualmente sobre las ocho, me cambié de ropa y me dirigí al despacho de oncología que era mi servicio. Decidí bajar a urgencias para echar una mano. En la sala de espera la volví a ver. Sobre la mesa habían varias historias clínicas, las ojee y cogí la suya, no había duda era ella. Ahora podía hacer dos cosas, atenderla yo o pasársela a un colega. Me trague las lagrimas y la llamé