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lunes, 19 de septiembre de 2022

BASILIO

Basilio llegaba como cada mañana a las siete y abría el portalón de la fábrica. Le tocaba a él como siempre porque era el peón, y como todo peón de fábrica hacía todo lo que nadie quería hacer. Con lo bien que estaba él en la granja allá en su aldea a los pies de Sierra Espuña. Y vino su hermano y le convenció. "Que tendrás un sueldo fijo, que te darán vacaciones, que pagas extras. Tendrás un piso, coche, podrás ir al cine, al teatro." Él, el Basilio, que no había salido de su aldea y ni siquiera tenía novia, y ahí estaba en la ciudad, en una fábrica de fornitura de hierro y bronce: picaportes, asas, ollas, cerraduras. Barrer escoria y fregar suelos, tirar basuras y cómo no, limpiar el inodoro. Como le había dicho la señorita Elvira secretaria de dirección, "Basilio, sería usted tan amable de limpiar el inodoro de las chicas? Está muy sucio." Menos mal que señaló hacia la puerta del water y que Basilio no era del todo tonto, porque si no no sabría dónde tenía que ir a limpiar. Cogió un cubo y un mocho, balleta y limpiador con olor a pino y se fue a llenar el cubo a un grifo que había en el patio trasero de la fábrica al lado de la caseta del perro guardián; que era un mastín enorme de cara ancha y bondadosa. Menos mal porque a Basilio siempre le habían dado miedo los perros sueltos y más si eran tan grandes. Pero Leo, así ponía su nombre en lo alto de la caseta, estaba atado con una larga y fuerte cadena. - ¡Chucho, no me hagas nada! Que sólo quiero coger agua y nada más. - ¿A caso me has hecho algo malo para que te muerda? Basilio se volvió pensando encontrar a su hermano o algún gracioso por detrás. Pero no había nadie, solo él y Leo. - ¿Me estás hablando, Leo? - Sí, te hablo, aunque no lo digas a nadie porque te encerrarán como lo han hecho con el otro peón que había antes que tú. - No, yo no lo diré porque yo tengo mucha costumbre de hablar con animales. ¿Sabes? Allí en Villasuave tengo una vaca que se llama Lucrecia que me cuenta sus sueños. Todas las mañanas la saludo, le doy el desayuno y yo le cuento mis sueños y ella me cuenta los suyos. - ¿Y qué sueña la vaca? - pregunta Leo. - Nada, que si come margaritas, que si le han quitado a su ternera, que si va a llover...¡Cosas tontas! - Y tú, ¿qué sueñas Basilio? - Yo que tengo una bonita casa, que tengo un montón de animales y unas viñas que hacen muy buen vino, y una cosecha de pistachos que ya está vendida antes de que salga. ¿Y tú qué sueñas, Leo? - Yo, que me voy con un buen amo, que me quiere como su mascota y guardián de su hogar y me quita esta larga y pesada cadena. Basilio volvió y limpió el wáter y dejó los trastos en su sitio, le pareció que el cubo y el mocho le dieron las gracias y la balleta se sintió algo despreciada, él lo supo porque estaba hecha un buruño. La cogió, la dobló y la vio sonreír. El jornal no daba para tener una casa. Vivía en un piso compartido. Trabajaba diez horas al día, y no tenía tiempo para ir al cine ni tomarse una cerveza una tarde a la fresca. La fábrica era un sitio negro, humedo, frío y caliente a la vez. Y esto se lo contó a Leo que era su amigo y el único que hablaba con él. - Y si nos escapamos de aquí. - Le preguntó el mastín en un momento de descanso que siempre hacía junto a la caseta del perro. - Yo estoy pensando lo mismo. - dijo Basilio. - Sí, pero antes ve a cobrar el despido. No pierdas lo que es tuyo. - Con esto no tenemos para nada, Leo. - Tú ven y corta la cadena con unas tenazas y vamos a tu aldea. Allí haremos fortuna. Ya te iré yo diciendo cómo ganar dinero. Quiero una buena casa y una chimenea, y una alfombra mullidita y una correa como dios manda. - Leo, ¿me dejas que te cambie el nombre? - Sí, ¿qué me vas a poner? - Te voy a llamar Fortuna, ¿te gusta? - Sí, me gusta, pero si me dejas cambiar el tuyo. - Sí, claro. ¿Y qué me vas a llamar? - Feliz. Ya que eres un infeliz y te vas con Fortuna, te volverás un hombre feliz. Y así es como llegaron a la aldea Villasuave, donde un montón de amigos les esperaban en la entrada del pueblo. - ¿Cómo sabían que veníamos, Fortuna? - Ah, porque mandé un telegrama telepático a la vaca Lucrecia.

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