Le gustaban las pelícuulas de vaqueros. En nuestro cine hacian muchas películas de estas. A mi me gustaban más las de amor y las que salian mujeres guapas con vestidos de fiesta.
Comprabamos un buen surtido de pipas, chicles y otras chucherias. Todo por menos de una peseta. Mi madre nos daba un duro a cada uno, y nos tenía que llegar para la entrada, la botella de agua o la gaseosa y para las chucherias del barracon de la señora Dolores.
Él tenía un fuerte, caballos, indios y vaqueros, en casa reproduciamos escenas de las películas. Los caballos blancos eran los que llevaban los chicos buenos, los negros los llevaban los vaqueros malos y los indios. Si había un caballo marron o marrón y blanco, ese podía ser de la chica.
Las tardes eran tranquilas jugando a indios y vaqueros, y comiendo pan con chocolate. A veces no teníamos bastante con el chocolate y haciamos caramelos de cafe con leche.
Cuando quería que yo me muriese tenía que hacerlo de manera realista y estruendosa. Me tiraba al suelo doblando las rodillas, luego estiraba una pierna y con las manos me tapaba el agujero que me había hecho la bala. Ya estaba cansada de aquel juego, siempre era yo la que moria y él no moría nunca. Me quería dar en el blanco, que era entre ceja y ceja. Mi madre nos tenía prohibido jugar con flechas, porque podía darnos en un ojo y eso era peligroso.
No sé cómo fuy tan rápida, estaba apuntandome con su revólver del 45 a punto de darme un tiro. Cogí el arco y la flecha, que tenía una ventosa en la punta y fuy a darle en medio de la frente.
Soltó un alarido de verdadera muerte fulminante, lo que me valió una regañina y un castigo.
No volvería a jugar nunca más con mi hermano pequeño. Ya era mayor para tirarme al suelo como una tonta.
1 comentario:
me gusta mucho
Publicar un comentario